BIOSTEAM
No recuerdo la última vez que vi el cielo limpio, desde que todo empezó,
antes todo lo que puedes apreciar, de sur a norte y de este a oeste, tenía esa
vaga tranquilidad de los pueblos a laderas del desierto, sofocante pero vivo, disfrutaba al igual que otros de esa
majestuosidad y lustre que solo puede otorgar un abrazador sol naranja al
atardecer, el ruido de los niños jugando en los áticos, el rugir de las
motocicletas de los forajidos, y el vago y lejano rumor de la maquinaria de las
recién vuelta a la vida minas de oro, en fin un pueblecillo vivo y animado que
nada tenía que ver con la vida de la
cual tan insistentemente habían tratado de huir mis padres.
Sin
embargo, ahora, ahora, ¡todo es tan diferente!, solo plomo que cae mientras
danza con el polvillo naranja corrosivo,
ese maldito polvo que mata todo lo que toca, pensar que a orillas del
desierto habían tantas vidas que destruir.
Mi nombre es, Madeline Bovary, soy joven, prefiero guardar el secreto de
mi edad, ahora vivo en medio de un
desierto corrosivo, junto a apenas un
puñado de personas, soy… ¡no!, era bailarina; naci lejos de este sitio, en un
lugar atravesando el mar, una pequeña isla de el entonces azul y cálido mar mediterráneo.
En esa
isla vivieron mis padres, ambos de
origen francés, Antuan y Charlotte Bovary,
un par de amantes de la vida, mi
padre un profesor de botánica, una profesión recién rescatada de los anales de
la medicina alternativa y mi madre cuando no se trataba así misma, trataba las
enfermedades mentales de otros, si, es gracioso decirlo, muchos no me creen,
pero mi madre era psiquiatra, de las mejores, hasta que decidió traerme al
mundo, un mundo que apenas pisaba el borde del abismo, pero sin embargo seguía
aferrado,
Como para no preocuparnos, a una pequeña liana de vida.
A los pocos dias de nacer, mis padres decidieron dejar el bullicio de
una ciudad turística, para criarme a
mí, a su pequeño ángel en un lugar más
tranquilo y apartado de los vicios, sin tanta confunción étnica que pudiera
afectarme, así es como vine a parar a
las laderas del desierto más pequeño del
mundo, en América, donde poco a poco se había vuelto por necesidad a
la época de antaño, la crisis económica
del continente no solo había transformado drásticamente el alimento, vestir y
apariencia de los habitantes, al parecer todo a aquí había sido afectado,
incluso aquello que considerábamos intocable, la industria tecnológica. A pesar
de que en épocas pasadas, el mundo se había movido hacia una ola pacificadora entre la
naturaleza y el hombre, paulatinamente y de la nada, aparecieron grandes
magnates que abarcaron en una especie de
monopolio, avalada por múltiples políticas estatales, a esta tecnología amante de la vida, haciendo
casi inaccesible mucha de estas nuevas maquinas verdes, solo lo lograron
algunos países de la entonces Unión Europea, y muy a pesar de la antigua
superpotencia que era entonces la decadente América del Norte , ningún país
americano logró modernizar para sí, su
infraestructura tecnológica, y como era de esperar, tampoco podía vivir sin
una.
Por consiguiente, crecí en un lugar en decadencia, que por alguna razón
mis padres adoraban profundamente, este árido pueblecito que parecía el ojo de la tormenta en un
continente que bramia de ira, era todo
lo que yo consideraba patria, adoraba
los atardeceres, la brisa cálida, la alegría de sus habitantes que alumbraban
con pequeñas bujías los áticos abandonados a las arañas, la música alegre
de revividos pianos eléctricos que funcionaban
insistentemente desde que el ultimo estéreo del pueblo falleció, sin la fortuna
de dejar un sucesor, y la barrera económica que lo separaba de los suyos, entonces y como me contaban mis padres, el pueblecito
volvió a aparecerse a los alegres pueblos del viejo oeste y esa sencillez eran
el atributo que amarraba a mis padres y a mí a América.
Con el tiempo y tras ver, un espectáculo glorioso de una caravana
ambulante del desierto y sus tres atractivas comandantes, un trió de bailarinas
caídas en desgracia, comencé a amar el ambiente de la noche, el ambiente de la
alegría del teatro y de la danza, por aquel
entonces era un incauta adolescente educada en casa por su demasiado permisivos
padres, el mundo se me antojaba un lugar divertido, y el futuro un época que jamás
arribaría a mi puerto, al terminar los estudios básicos dejé mi patria y regresé
a Europa, ¡valla cambio!, las computadoras inteligentes, los retretes parlantes
, las cabinas para llamar donde fuera, pero pronto me harté, estaba rodeada de
zombies, de bloquees… y ¿la arena?, el
sol lo cubría una capota gigante y extraña cuando era demasiado fuerte, así
desde hace años se sustituía la capa de ozono muerta en este lado de la tierra.
Tan pronto termine mi carrera en artes, regresé a mi pueblo, para educar a los
más jóvenes, en el arte, en la simplicidad de la belleza de la noches; aunque
por esa época y tras haber vuelto del continente de las luces, muchos me creían
un desertora avara.
Ese año, mis padre enfermó y mi madre se dedico a su entero cuidado,
pusimos una pequeña tiendecita de plantas desérticas en casa, que mi padre
cuidaba a través de mi madre mientras pasaba
el dolor de tenerse en pie sentado en una silla de cáñamo traída del sur, yo seguía
dando clases hasta que un día, mi padre murió. Ese mismo año y como si al morir papá lo hubiera predicho, empezaron a
venir al pueblo monstruos apocalípticos, de más de 20 pisos de altura, era la maquinaria de los que no se rendían
ante la costumbre, la costumbre de tener
a sus disposición y para las tareas más arduas maquinaria, tecnología, que dejaban a sus suerte el extraño, desproporcionado abandonado e infrenable instinto humano de construir
herramientas. Como dije antes, los monopolios europeos guardaban para sí, las
piezas de tecnología más eficiente, con la esperanza de que la sumisa América
comprara a precios exorbitantes toda aquella infraestructura, algunos
aseveraban y es lo que aun creo, que la intención primaria del súper
continente, era y fue entonces iniciar una recolonización, esta vez, no cultural
sino tecnológica; sin embargo y a través de los años, se ha visto a miles de
pensadores y revolucionarios americanos zafarse de toda cadena de esclavitud;
pero esta vez, sus fuentes en otro
tiempo inagotables de materia prima y
conocimientos, ya habían sido totalmente desocupados, en los laboratorios Norte
Americanos donde abundaban los eruditos ingenieros ambientalistas, no quedaban
sino la huella de que alguna vez alguien los habito, todos habían sido
comprados, literalmente, por el continente
europeo y los nuevos americanos, por muchas generaciones ignorantes de todo, se
fueron alejando, hasta que generaciones de eco pensadores dejaron sus semillas
solo cruzando el mar, una verdadera migración de conocimiento, que termino por desbastar a nuestra grande
América, haciendo que la población se
dividieran en dos, por un lado aquellos que creían en las cosas más simples, en
un recomenzar, que daría una nueva oportunidad a la vida, a una tierra más sana y autosustentable, por
otro lado, ricos prodigios y excéntricos, descendientes de personas que
vivieron de las viejas corporaciones, que se negaban a vivir sin una
infraestructura tecnológica, jamás tomé parte en ninguna, salvo en el criterio de
muchos ambientalistas, que creían que solo era preciso comprar la maquinaria a
Europa para el sector salud; pero los viejos ingenieros americanos, excéntricos
por demás, como decía mi madre, creían que sin necesidad de Europa, podría
haber un nuevo “RESTART”, de la tecnología, igual de eficiente, solo un poco
más, rudimentaria.
Así, apoyados y financiados, por entusiastas del restart tecnológico,
llegaron a nuestra tranquila villa del desierto, la grandes maquinas, que
remplazaron las antiguas excavadoras y túneles de minas, con sus muchos sistemas
que funcionaban con pistones impulsados por vapor, una maraña de lata, una
monstruosidad, que empezó a escavar al
otro lado del desierto, las derruidas y demasiado carcomidas montañas, en busca
de materia prima, oro. Entonces se desato una nueva fiebre del oro, como la de
hace mucho siglos atrás, pero a mi parecer mucho más enfermiza.
Pronto mi madre, cayó enferma, y para mantener y cuidar de su salud, tuve que abandonar la
escuela, entonces conocí la vida nocturna de la cantina del “sheriff”, donde
por una pequeña fortuna semanal bailaba durante las noches a los nuevos
habitantes que venían en busca del oro para sobrellevar la crisis, en ese
entonces fue cuando conocí a Mr. Mainer, un revolucionario, que en la
actualidad había desistido al restart tecnológico, tras la muerte de su esposa
en un campo cercano, después de vivir varios días a la sombra de la nube de
vapor que emanaba de los gigantes maltrechos. Es un hombre en la mediana edad alto y sombrío, de cabello color cobrizo que
ahora cubre con una máscara, es difícil compararlo con quien ahora duerme a mi
lado en una silla mecedera de mimbre, similar en la que murió mi padre. Muchos
decían que era un genio, el más importante quizás de la elite del restart, sus
conocimientos no estaban limitados solo al campó mecánico, frio e inmaterial de
monstruos que poco a poco iban remplazando todo, teléfonos, aeroplanos, incluso
edificios inteligentes, el también tenía un lado humano, como me lo dijo tras
muchas conversaciones que terminaban en discusiones acaloradas en la cantina
“yo también tengo un soplo de respeto a la vida”, Mr. Mainer, también se
dedicaba a la rama más preciada del restart, la ingeniería BIOESTEAM, decían
las leyendas, que solo comprobé hasta la noche del desastre, que era capaz, con
elementos ordinarios, recrear partes humanas, sin mayor esfuerzo, al estilo de
las mejores prótesis europeas; asunto que francamente me causaba repulsión,
¿causaba?, aun me causa, como se sentirá, simplemente… ¿arrancarme la mano?.
Todo iba bien, todo lo bien que se podía en medio del caos, salvo por la inesperada muerte de mi madre,
que me dejó huérfana, en un continente nuevamente agitado por un deseo estúpido
e irreversible, pronto y para sorpresa
de muchos la montaña milagrosa al otro lado del desierto, tras ser brutalmente
perpetrada comenzó a vomitar oro, ¡oro!, un mineral en una tierra cada vez mas
azotada, ¿acaso hay ser vivo más noble que nuestro planeta?, las tardes
naranjas de la América antes del restart, comenzaron tornarse de un cobrizo
enfermizo, muchas familias jóvenes con sus hijos abandonaron la villa, aun si
hubiese continuado mi pequeña escuela de danza, hubiese fracasado tras la
migración, a mí, sin embargo me tenia amarrada a las arenas del desierto el
patriotismo que me infundio mi padre en mis años más tiernos. Mientras
extrañaba y lamentaba la transformación trastocada de mi pueblo, al otro lado
del mundo avanzaban los rumores provenientes de muchos europeos que Vivian en
América, los cuales tras el restart, fueron simplemente o bien repatriados o
bien obligados por su propias decisiones sensatas a volver a Europa; al otro
lado del mundo, las potencias que hasta entonces estaban esperanzadas en volver
a América para proveerlos de tecnología,
así dominar y expandir sus bastaos imperios y a su vez enriquecer absurdamente aun mas a
los magnates de la eco tecnología; tras la noticias de los rebeldes del
restart, sintieron amenazados sus planes, pero
sin embargo el detonante no fue el dinero, el detonante la cusa por la
que escribo desde una casa derruida en un pueblo fantasma, fue el golpe mortal
que dieron los rebeldes del restart al orgullo corporativo europeo.
Europa para restablecer su primacía, pronto respondió al restart, de la
nada, aeronaves de punta comenzaron a
sobrevolar zonas que proveían materia prima al restart, pasaron desapercibidas
al principio, luego comenzaron ataques aéreos distantes, y por último, el
entonces impredecible clima de nuestro planeta agonizante, comenzó a variar,
lluvias enrarecidas azotaban el desierto, que pronto termino por derrumbar el
territorio estable en los que se apoyaban los gigantes monstruos de vapor, la
colina comenzó a ceder ante la fuerza de
la vida liquida que caía a borbotones del cielo y pronto, la poca vegetación
comenzó a marchitarse y como muchos temían, tras un aviso acero, se declaro la
guerra entre restart y la incontenible tecnología climática y biológica de Europa, para todos nosotros, e incluso para
los más entusiastas del restart, era una lucha que no podíamos ganar, por más
que lo deseara nuestro corazón, sin embargo
restart seguía intentándolo, con cañones impulsados por maquinaria que
aumentaba la capacidad de las maquinas para lanzar objetos más pesados, más
contundentes, pronto comenzaron a crear aviones, destartalados gigantes de
latón y remaches impulsados casi que a cuerda, que lanzabas insignificantes
misiles de pólvora a las inmensas y colosales aeronaves europeas; durante la
guerra Mr., Mainer me dijo algo con lo que concordé “no solo peleamos por nuestra
independencia tecnológica, peleamos, para que nos sea devuelto el conocimiento
que nuestros mayores construyeron”, era
entonces una lucha por el conocimiento y un nuevo tipo de libertad, una en que nuestro
derruido continente, no tenia oportunidad.
Lo inevitable se sucedió, una noche, lo que empezó con una anciana mujer
tosiendo, se expandió por casi toda la población, atravesó los boques
envenenados del norte, y cruzó el desierto hasta llegar a nuestra villa, muchos
fallecieron instantáneamente gracias al virus desatado por Europa, como supe
después, hace pocas horas, en el mar, lo sobrevivientes, que fueron casi ¾ de la
población, solo vivieron para ver la furia asesina de las aeronaves europeas,
que desataron sus misiles de energía atómica sobre nuestras casas hechas de
madera y hierro forjado, todo voló, todo era escombros, mi camerino
inclusive, donde estaba, una viga se vino abajo y quedé atrapada, no
podía gritar, solo podía escuchar a los lejos el estruendo de los tanques de
los monstruos en la mina explotar, solo veía el maldito polvo rojizo a través
del hoyo que había en el techo, no habían estrellas, en mi vida solo vi una, la
vida se me escapaba en bocanadas de sangre, a través de la cabeza y de mi brazo
desecho, luego quedó solo la oscuridad.
Sin embargo, la oscuridad no fue eterna, gracias a una trastocada mente,
a un genio que jugaba a ser el mismo átomo de vida, pude ver de nuevo la
claridad a través del polvo cobrizo, no solo el cielo, no solo la luz, un par
de lamparones que alumbraban la cara, una voz burlona que decía “Igor está viva”
entonces
me miró fijamente una máscara de gas fabricada con girones de
escombros, que protegían de la lluvia de
polvo de cobre y plomo toxico que desprendieron los gigantes al explotar , que
ocultaba la cara del mísero Mr. Mainer, que al zafársela dejo ver un rostro
salpicado por una sonrisa burlona , entonces dijo “te dije querida, aun tengo un soplo de respeto por la vida”, solo entonces supe
que había sobrevido gracias a él y solo a él, pero… ¿y mis heridas?, ya no me dolía nada de lo que me dolía al
cerrar los ojos, ¿entonces el dolor habría desaparecido como por arte de
magia?, Mr. Mainer, pareció leer mis
pensamientos, me dijo “bonita, no duele, el metal sucio y corroído no siente”,
volvió a ponerse su máscara de gas, bajo unos los lentes protectores que
cerraban y protegían herméticamente sus ojos, señaló mi cabeza, también tenia
unos, entonces me los puse, sin embargo no pudieron esconder mi expresión de
terror, cuando vi que Mr. Mainer, tras quitarse la bata, en vez de su delgado
brazo de otra hora, colgaba de su rútula izquierda una suerte de masa hecha de engranes
remaches y hierro, inclinó la cabeza hacia la derecha, tratando de descifrar mi
cara de terror “bonita, me ayudo un colega antes de morir, entre él y yo lo
hicimos, no quiero alarmarte pero…”, acto seguido se acerco a mí, extendió el
brazo recién hecho hacia mí, traté de
sofocar un grito que insistía en salir, pero
al hacerlo mis labios probaron el sabor
metálico de mi propia mano, “la sangre sabe a hierro”, me dije para calmarme
sin embargo, mis ojos ya no vieron ni verán sangre nunca más, mi propia mano,
era ahora parte del problema que me mantenía sujeta con horror a mi nueva
realidad, un genio del restar me había salvado, y aquello que consideraba
repulsivo me salvo la vida, ahora, ahora era una pieza de arte bioesteam.
Observe mi mano alarmada sin embargo, Mr. Mainer seguía con la mirada perdida
“No quería dejarte morir, bonita, ahora tócate la cabeza, lo siento no quería
dejarte morir”, eso hice, pase mi mano izquierda, la que continuaba sensible,
por mi cráneo, sentí como unos sucios engranes se movían, y algo aun más
grotesco ¡un tubo de cobre aliviaba la presión en mi cráneo!, no puede contener
la lagrimas, y vocifere con chillidos ante Mr., Mainer, que hubiese preferido
morir en el ataque, intente arrancarme violentamente el tubo de cobre, pero
Mr., Mainer me detuvo “bonita, el vapor hace que tu lóbulo temporal funcione,
sin eso, no podrías moverte”, entonces me detuve, preferí aferrarme a la vida,
aunque fuese una vida inmaterial.
El día que supe de mi naturaleza biosteam, lloré toda la noche, y el día
siguiente, sin embargo, Mr. Mainer,
salía toda las noches a cuidar a muchos otros sobrevivientes, muchos de ellos
sus nuevas piezas de ingeniería, no solo
los cuidaba a ellos, sino que entre varias platicas, que no tenían respuesta de
mi parte, trataba de convencerme que incluso la vida puede provenir de un
pedazo de metal corrosivo e incluso, me
regaló un alto y bonito sombrero de copa con el cual cubrir mi cabeza, ahora dormimos en lo que era
antes su casa, un cráter con unas cuantas paredes, rodeados de pequeños
campamentos, con personas famélicas dentro, rodeados de muerte, sobrevivientes
al ataque del orgullo; suerte que soy
zurda y puedo escribir estas líneas,
porque aun no puedo acostumbrare
esta pieza monstruosa que tengo por mano derecha. No sé si agradecer o
maldecir a Mr. Mainer, solo sé que estoy viva, en medio de un planeta desolado,
un continente muerto, donde un especie se autodestruye, aún sigo
cuestionándome, ¿soy un monstro, o simplemente el milagro de un genio?.
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